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"Niños uruguayos empiezan a consumir pornografía cada vez más temprano y esto trae problemas en vínculos afectivos y sexuales"

Imagen/Afiche

Temática

investigación

Medio

El observador

Medio

Medio digital

Conductor/a - Periodista

Tomer Urwicz

Entrevistado/a o mencionado/a por Facultad

Perfil Docentes profiles

Nombre y Apellido:

Pablo López

Fecha

FUENTE

https://www.elobservador.com.uy/nota/ninos-empiezan-a-consumir-pornografia-cada-vez-mas-temprano-y-esto-trae-problemas-en-vinculos-afectivos-y-sexuales-202310617110

Estudio demuestra que el consumo inicia en promedio a los 12 años

Se sienta en el sillón, se queda quieto, pero no puede evitar mover el pie. Golpea el suelo con la punta del zapato. Es la primera vez que entra a una consulta con la psicoterapeuta Natalia Silvera.

Fue para hablar, pero no quiere hacerlo. No quiere decir que no logra establecer un solo encuentro sexual. Lo imagina como el guion de una película porno, que no logra interpretar bien.

Para él —quien “casi nunca” se sentó a conversar con sus padres sobre la pornografía—, las relaciones sexuales son como un menú a la carta al alcance de un par de clics. Es cuestión de navegar con su celular —sin costo, sin restricciones más que el acceso a internet— y seleccionar si quiere una escena estilo sadomasoquista, o al aire libre, si en un gimnasio o entre amigos, si con afros o checas, con tamaños extra large, o las mil y una variantes que se le antojasen. Las poses nunca fallan. Los deseos que en el día a día dan vergüenza ahí se pueden cumplir sin reparos. Las personas siempre están cómodas con lo que están pasando, o por lo menos, nunca pierden la excitación. Solo que nadie le advirtió que esa no era —no es— la vida real. Ni que su compañera de clase con la que pretendía debutar debía estar de acuerdo. Ni que en la intimidad “no vale todo”.

Los estudiantes de bachillerato en Uruguay empiezan a consumir pornografía, en promedio, a los 12,4 años. Así lo comprobó un reciente estudio realizado por la Facultad de Psicología de la Universidad de la República, la Administración Nacional de Educación Pública y el Fondo de Población de Naciones Unidas. Más de la mitad vio “contenido explícito” —como le decían otrora— antes de la edad en que se gradúan de la escuela. Antes del desarrollo psicosexual pleno, como le llaman los psicólogos a la consciencia sexual, la orientación de una libido y sus formas de realización, de estereotipos de rol de género…

“Poco a poco va bajando la edad en que se da comienzo al consumo de pornografía, y esa baja es proporcional a la velocidad con que avanza el acceso universal y sin barreras a internet”, explica el doctor en Educación Pablo López, quien junto a la psicóloga Natalia Silvera son algunos de los autores de la investigación. “Hace tan solo diez años, los estudios internacionales demostraban que los adolescentes iniciaban el consumo de pornografía, en promedio, cerca de los 17 años. Y a esas edad ya había menos chances de imitar las prácticas de riesgo —como mantener relaciones sin preservativo porque así lo había visto en el video—, o de replicar la violencia —pensar que cinco hombres eyaculando sobre los pechos de una mujer, sin su consentimiento, es parte de los vínculos sanos—, o de estar preocupándose por los tamaños, las curvas, el qué dirán”.

Hubo un tiempo en que acceder a la pornografía significaba, al menos para la mayoría de niños y adolescentes, trasgredir algunas barreras: las revistas tenían la portada escondida tras un nylon negro, los cines no permitían la entrada de menores, en el videoclub había que irse a un reservado y ganarse la complicidad del vendedor para que accediera al alquiler (con el costo que eso conllevaba).

Ese video, alquilado, debía devolverse… y así se desestimulaba el consumo frecuente. Pero ahora, en que basta la conexión y algún dispositivo que no tenga filtros como los que coloca Ceibal en las escuelas, casi la mitad de los adolescentes mira porno más de una vez por semana, y casi uno de cada diez lo hace diariamente (incluso más de una vez).

En estudios realizados por los mismos investigadores antes de la pandemia —y solo con adolescentes de Montevideo por lo cual las muestras no son comparables—, la frecuencia de consumo de pornografía era “un poco menor”. Por lo que, sostienen, en Uruguay puede pensarse que “la alta conectividad, la facilidad de acceso a la tecnología y la virtualidad impulsada por la emergencia sanitaria son incentivos para estas tendencias de consumo en entorno digitales”.

Al respecto, dice la especialista Valeria Ramos, del Fondo de Población de Naciones Unidas, “la tecnología no debe ser mirada con ojos apocalípticos ni tampoco como la mejor de las maravillas: ayuda en algunas cosas y complica en otras”.

Refiere a que desde el anonimato es más fácil perpetuar violencia, usurpar imágenes, convencer a los adolescentes que envíen imágenes de desnudos, pero también es más sencillo comunicarse con alguien que dé seguridad.

El 53% de los estudiantes de bachillerato, por ejemplo, admiten haber recibido fotos o videos sexualmente explícitos al menos una vez en el último año. La quinta parte reconoce haber concretado un encuentro con una persona que conoció solo a través de internet. Y casi la mitad de ellos mantuvo relaciones sexuales en ese encuentro con el “desconocido”.

Pero, al mismo tiempo, casi la cuarta parte compartió su ubicación en tiempo real con alguien de su confianza para que esté al tanto, y uno de cada diez le pidió a un amigo que lo llame a determinada hora para saber que si se encontraba bien, dice el estudio demostrando que la tecnología también es usada para la seguridad.

Educación, educación, educación
Cuando comenzó la discusión de la transformación curricular, la UTU estuvo a punto de dejar por fuera de sus talleres a la educación sexual. En ese momento, algunos docentes y académicos les demostraron a las autoridades educativas el riesgo que suponía una decisión de ese tipo que, además de contradecir la ley de Educación, dejaba a los adolescentes librados a su suerte respecto a las chances de cuidarse y cuidar a los demás.

Ahora Formación Docente está en una discusión similar, porque el consejo quería quitar los talleres especializados para los profesores de enseñanza media. Pero el Fondo de Población de Naciones Unidas les llevó evidencia del riesgo que eso suponía.

“La sexualidad, el consumo de pornografía, y la violencia digital son temas que hay que conversar cada vez más… en la escuela, en la familia”, insiste el psicólogo y educador López. Su estudio demuestra que más de la mitad de los estudiantes de bachillerato, por ejemplo, habla poco o nunca con sus padres sobre estos temas.

En otros casos, como la explotación sexual de menores o el uso de imágenes sin consentimiento, “a veces el victimario está dentro de la propia familia, por lo cual tiene que existir el espacio y la formación en los centros educativos para que sean garantes de los derechos de los niños y los adolescentes”, insiste.

Argentina es el único país de la región que cuenta con una ley específica de educación sexual. Uruguay lo tiene incluido en la ley de Educación, como un eje transversal, pero no cuenta con una carga horaria ni presupuesto específico. Tal es así que, en un estudio del Fondo de Población, solo entre el 40% y 69% de los centros educativos aplican un programa de educación sexual.

"La educación uruguaya tiene el tema en el radar y Ceibal es de los que mejor trabaja al respecto, pero sigue habiendo un vacío: ocho de cada diez adolescentes dicen que los mensajes más importantes sobre sexualidad y violencia digital los debe dar la escuela o la familia, pero la mayoría no recibió ningún mensaje en este sentido de estas instituciones en el último año", insiste Ramos.

Flaming, swatting, Zoom bombing, deepfakes, astroturfing… hay más de 40 tipos distintos de violencias digitales a las que están expuestos los niños y adolescentes con acceso a internet. En ese sentido, explica López, “los adultos muchas veces corren de atrás en la comprensión cabal del problema y por eso es relevante hablar y educar”.

Decenas de imágenes de niñas y adolescentes desnudas de Almendralejo, un pequeño pueblo al sur de España, empezaron a circular. Ninguna de las víctimas había hecho un desnudo, sino que, con inteligencia artificial, los “explotadores” tomaron fotos de sus perfiles de redes sociales y les generaron cuerpos desnudos simulando que eran de ellas.

El caso no solo sacudió al pueblo, sino al sistema jurídico que no cuenta con una legislación para perseguir el asunto. A lo que, insiste Ramos, “por ahora lo más conveniente es educar” y entender que “es imposible entender el mundo y los riesgos a los que se exponen nuestros adolescentes si no se toman en cuenta los entornos digitales… ahí se juega buena parte de la película”.